Durante un rato, los turistas contemplan las piruetas de los cetáceos. El capitán del Yate, conduce con destreza el bote sobre las aguas mansas o bravas del mar Caribe. para llevar a puerto seguro a quienes desean emprender el viaje por mar.
Isla a la vista. Luego de resistir los embates del Yate, los pasajeros vislumbran el cayo Herradura, la primera parada de los botes que emprenden el viaje hasta La Tortuga desde Venezuela. Poco a poco, la palidez se desvanece de sus rostros. Mientras las aguas se calman y se tornan cada vez más cristalinas, los turistas olvidan los rigores de la travesía, respiran a sus anchas y contemplan su naturaleza en todo su esplendor. Su paisaje desértico es conmovedor: no hay una sola palmera, sólo montículos de arenas coralinas, un viejo faro, una piscina de agua transparente y una Virgen del Valle, que protege a los pescadores de los peligros del mar.
Luis Enrique Narváez, pescador margariteño que ha practicado la pesca artesanal en La Tortuga durante 17 años, acompaña a los tripulantes del Yate. Hoy, cuenta con una colección de varias esculturas, emplazadas en la arena, al borde del mar. Apenas tiene la oportunidad, lleva a los turistas a contemplar su "museo natural" y los invita a participar en la construcción de nuevas piezas.
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